El género y la sexualidad se definen dentro de un marco que con Jacques Rancière podríamos llamar policial: cada cuerpo es considerado únicamente como un individuo susceptible de ser gobernado, como un órgano funcional, que debe reproducir la norma de género y reproducirse. Es dentro de este marco policial donde es posible después establecer agenciamientos políticos.
La diferencia entre las biomujeres y las mujeres transexuales no es el consumo o no de hormonas, sino la relación con este conjunto de normas políticas que establecen los límites entre masculinidad y feminidad. Yo retomaría la diferencia que para hablar de la cultura negra establecía Aimé Cesaire entre la noción sustancialista de raza y la noción histórica. Para Cesaire era preciso desnaturalizar la raza para poder luchar contra sus inscripciones históricas. Algo semejante podríamos decir con respecto a la identidad sexual. Desde un punto de vista político, no tiene sentido hablar de feminidad, lesbianismo o de heterosexualidad como entidades cromosómicas o anatómicas, sino como figuras de la historia. Así que alguien se puede sentir orgullosa de ser lesbiana, pero debe al mismo tiempo ser consciente de las condiciones policiales de producción de su propia identidad. Es ahí donde se libra la batalla política y hoy esa batalla tiene que ver con el acceso y el uso de las tecnologías del género, algunas de estas tecnologías son hormonales, otras son discursivas o pertenecen al ámbito de representaciones mediáticas, o de las técnicas de reproducción, o se presentan como instituciones sociales, etc....