FUENTE: DIARIO VASCO
Si preguntáramos a la gente de la calle lo que ha hecho el feminismo a lo largo de la historia, seguramente la respuesta sería la siguiente: conseguir el voto para las mujeres y luchar contra la violencia de género y por el derecho al aborto. Y, aunque eso es cierto, es evidente que la respuesta correcta está muy lejos de esa simplificación.
Las sufragistas del siglo XIX lucharon no sólo por el voto, sino por el acceso de las mujeres a la educación superior, la mejora en las condiciones laborales de las trabajadoras, contra la prostitución, por la protección a la infancia, etcétera. Años después, la llamada 'segunda ola del feminismo' fue más allá. El discurso feminista de las décadas de los 60 y los 70 estaba centrado en dos reivindicaciones básicas: los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y su independencia económica. El feminismo defendía la tesis de que toda mujer debía disponer de sus propios ingresos para realizar su proyecto de vida; por otra parte, reivindicaba una sexualidad libre, la legalización de los anticonceptivos y la despenalización del aborto. 'Sexualidad no es maternidad' fue uno de los lemas más coreados de esa época, junto con 'Anticonceptivos para no abortar; aborto para no morir'.
Aunque ésos fueron los ejes centrales, seguían en la agenda del feminismo la igualdad salarial entre hombres y mujeres, la lucha contra la violencia de género, la coeducación y el cambio de algunas leyes que seguían discriminando a las mujeres. Durante esos años, por otra parte, el análisis de disciplinas como la psicología, la antropología, la filosofía, la historia y la sociología llevó a las expertas a la conclusión de que había un eje fundamental que afectaba a todas: el punto de vista androcéntrico. A lo largo de la historia, el varón había sido la medida de todas las cosas, de forma que todo lo que no se ajustaba al patrón masculino de conducta era considerado de segundo orden. Además, esa visión androcéntrica de la sociedad había llevado a la invisibilización de las mujeres, en el ámbito público y en el privado.
Por lo que al ámbito público se refiere, se ha ocultado a la ciudadanía el conocimiento y la aportación de muchas mujeres a disciplinas como las matemáticas, la física, la pintura, la escultura, la astronomía o la química (por poner unos ejemplos). En el ámbito privado, por su parte, jamás se ha tenido en cuenta la contribución de las mujeres a la economía familiar (superior, en algunos casos, a la de los varones) y nunca se ha valorado en su justa medida el trabajo que las mujeres han desarrollado dentro del hogar, un trabajo necesario para que la sociedad funcione. Si ese trabajo no fuera realizado por las mujeres, el Estado y las comunidades autónomas deberían poner en marcha más servicios de guarderías, comedores infantiles, residencias de ancianos y centros de atención a mayores que los actualmente existentes. Además, ese trabajo oculto ha beneficiado directamente a los varones, tanto en su desarrollo personal como en su carrera profesional.
Llega la década de los 80 y el feminismo da un paso de gigante en sus reivindicaciones, ya que observa con estupor que, aunque existen leyes no discriminatorias, éstas son insuficientes para conseguir la igualdad, puesto que los hábitos, las costumbres y los prejuicios arraigados durante siglos pueden más, en numerosas ocasiones, que las propias leyes. Se plantean entonces medidas de acción positiva, y, posteriormente, la democracia paritaria, para subsanar el déficit de democracia que tenemos en los países desarrollados. Estamos en el siglo XXI, y el feminismo sigue luchando por la independencia económica de las mujeres, contra la violencia de género, para que haya una coeducación real, por que no haya diferencias salariales entre hombres y mujeres, por que las mujeres puedan realizar su propio proyecto de vida, por que no haya discriminación en el acceso al trabajo y en la promoción, por que los varones compartan las tareas domésticas, por que los medios de comunicación reflejen la realidad de las mujeres, por que no haya sexismo en el lenguaje...
Por todo ello, hay que decir, para que la gente sepa por qué estamos donde estamos, que si hoy una mujer recibe el mismo salario que su compañero, eso se debe al feminismo; si una mujer no es expulsada de su trabajo al quedarse embarazada, eso se debe al feminismo; si una mujer puede denunciar el acoso sexual o la violencia de género, eso se debe al feminismo; si una joven puede acceder a los estudios que quiere, eso se debe al feminismo; si una mujer tiene acceso a los anticonceptivos y al aborto, eso se debe al feminismo; si una mujer puede decidir tener o no tener descendencia, eso se debe al feminismo; si... Pero no sólo las mujeres debemos mucho al feminismo. También los hombres que desean una sociedad más igualitaria, y que luchan por ella, le deben mucho. Los hombres que se están cuestionando su masculinidad, se lo deben al feminismo; los que pueden coger la baja por paternidad, se lo deben al feminismo; los que dedican más tiempo al cuidado de la prole o de las personas mayores, se lo deben al feminismo; los que comparten las tareas domésticas, se lo deben al feminismo; los que hablan de corresponsabilidad, se lo deben al feminismo; los que...
Desde hace 150 años hemos avanzado mucho en nuestra sociedad, pero no lo suficiente como algunas mujeres quisiéramos: por un lado, porque en los países desarrollados aún tenemos graves déficits de igualdad, pero, sobre todo, y lo que es peor, porque dos tercios de las mujeres del mundo viven como nuestras abuelas a primeros del siglo pasado. Y el objetivo del feminismo es que todas las mujeres del planeta tengan los mismos derechos que los varones de sus sociedades, y que todos los hombres tengan las mismas obligaciones en el ámbito privado que tienen las mujeres en esas sociedades.