ESTA semana, mientras que mi hijo hacía una exhibición de gimnasia rítmica, en Estella estaban de aniversario. Su área de la mujer cumplía 10 años. Y lo celebraban. Regalaban un masajeador con el lema: La igualdad es un placer: pruébala. Yo pensaba en mi hijo, el único chico en toda la zona haciendo algo de "chicas", que lleva todo el curso "probando el placer" de resistir la presión de grupo. Muchas cosas de las que le han dicho sus amigos, no le han ofendido todavía, supongo yo, porque no las ha entendido completamente. Bendita inocencia. A mí me gustaría ahorrarle el sufrimiento de ser "distinto" pero también quiero educarle en el convencimiento de que tiene derecho a desarrollar todas y cada una de sus potencialidades de ser gente. Creo que hay decisiones que confieren carácter y determinan el destino. Cuando yo era niña, practiqué judo. Durante muchos años también fui la única chica. Era entonces un deporte mucho más masculinizado que ahora. Llegué a sufrir tanto que, aunque me encantaba, a los 16 años, abandoné. Pero sé que soy lo que soy ahora, gracias a que el judo me enseñó a respirar, a concentrarme, a mantener la calma en los momentos de peligro, a defenderme, a aprovechar la fuerza del contrario, a ser flexible, y sobre todo, a "luchar" en un mundo de hombres y a caer. A caer y a levantarme. Dos caídas en mi vida me hubieran matado o lisiado para siempre si yo no hubiera realizado este aprendizaje. El eslogan de Estella me parece muy sabio, porque seguimos vendiendo la igualdad con un marketing pésimo. Todavía hay hombres que creen que las reivindicaciones de las mujeres van a poner en riesgo algunos de sus privilegios. Lo que es cierto. Pero también lo es que la igualdad les deparará placeres insospechados. Les será posible acceder a la ternura, al llanto o tener miedo, por ejemplo. ¿Hay acaso mayor placer que el de poder ser, sin fingimientos?
ITURRIA/FUENTE DIARIO DE NOTICIAS DE GIPUZKOA
