DIAGONAL: En el libro Trabajo Sexual abordáis el tema desde una perspectiva de los derechos y del cuerpo. ¿Pensáis que introducir la cuestión del cuerpo en un discurso donde casi siempre se habla de intervencionismos jurídicos, del tipo que sean, puede arrojar algo de luz?
RUTH: Para empezar, nos construimos como seres sexuados a partir de un sistema de sexo/género y tomamos la identidad que ese sistema nos da. Como dice Iris Young, la mayoría de categorías de excluidos están atrapados en los cuerpos: las mujeres estamos atrapadas en los cuerpos, los negros, los viejos, los minusválidos están atrapados en los cuerpos. Es decir, el cuerpo es una categoría central que sistemáticamente negamos como el eje de nuestra vida social. Nos movemos como individuos abstractos cuando, en realidad, somos cuerpo y a partir de esa materialidad nos relacionamos. Sí que es importante empezar a discutirlo desde ahí, porque no nos damos cuenta de hasta qué punto nuestra vida está mediada por el cuerpo que somos, lo que nos incapacita para elaborar discursos propios conscientes.
MAGDALENA: El cuerpo a las mujeres nos ha servido históricamente para subsistir en este sistema sexo/ género y nos ha anclado a la vida. Es decir, las mujeres hemos vivido a través de nuestro cuerpo- matrimonio, reproducción-, pero no ha mediado una transacción de dinero explícita como en el trabajo sexual. Sin embargo, parecen obviarse aquí otras compensaciones materiales a cambio de sexo recibidas por las mujeres en relaciones ‘legítimas’ dentro de una organización patriarcal, androcéntrica y capitalista como la nuestra.
D.: Las actrices, bailarinas, cabareteras, que en otras épocas han utilizado su cuerpo más allá de la reproducción con una estrategia económica, también fueron estigmatizadas.
R.: Este discurso sigue siendo potente, y por eso la criminalización de estas mujeres. Siempre se ha ligado a las mujeres con el cuerpo, pero para llegar a ser ciudadanas lo que han tenido y tienen que hacer las mujeres es dominar esa naturaleza que se teme explosiva, ser virtuosas. Porque las mujeres en este imaginario son volcanes y tienen que recogerse y recogerse hasta convertirse en la mujer ideal, sin cuerpo, que no se encuentra en ninguna parte y representa todas las virtudes de la belleza y la castidad. En este orden, es legítimo que te controle el marido y es legítimo que te controles tú.
M.: Al cuerpo de las mujeres se le ha mostrado siempre como más incontrolable: las mujeres están apegadas a su cuerpo, a las pasiones, a los sentimientos, etc., lo que justifica la necesidad de tutela de los varones, haciéndolas permanecer con esta estrategia por siempre en minoría de edad. También es llamativa la ‘ausencia’ de cuerpo de las mujeres ‘buenas’ frente a la ‘presencia’ del cuerpo de las mujeres ‘malas’ (pintadas, escotadas, arregladas...). El movimiento feminista ha conseguido un control y dominio sobre el propio cuerpo, y la capacidad de decidir. En este sentido el cuerpo es origen de vulnerabilidad pero también de empoderamiento. Ahora, supuestamente, somos más libres en nuestras relaciones de pareja y en nuestras relaciones sexuales, pero seguimos funcionando con la categoría de mujeres ‘malas’ y ‘buenas’. ‘Puta’ continúa siendo un insulto que funciona como mecanismo de control de las mujeres hacia la sexualidad controlada y legítima dentro del matrimonio...