El movimiento feminista ha sido, y sigue siendo, uno de los lugares más importantes para pensar no sólo la opresión de las mujeres sino una serie de cuestiones relativas al género y a la sexualidad, que han permitido poner en el centro del debate filosófico-político la crisis de identidad de la que emerge el deconstruccionismo queer. Sin embargo, existe una tendencia generalizada a pensar que hasta la aparición, en los años noventa, de la teoría y del activismo queer -del que se habla como algo novedoso, fenómeno reciente, incipiente, sin señalar su conexión con, por ejemplo, el feminismo lesbiano, el movimiento trans o el activismo en torno al trabajo sexual-, el feminismo tan sólo se había organizado en torno a una visión muy naturalizada del género, el sexo y del deseo, determinando la articulación de un movimiento identitario basado en la categoría mujer y de una visión heteronormativa de la dominación
Desde algunos sectores se tiende a una historiografía del feminismo como movimiento que, en su afán por explicar la dominación sufrida por las mujeres y articular su lucha, en cierta manera, ha contribuido a una visión esencialista de los sexos que deja de lado las diferencias de raza, clase, sexualidad, etnia, etc., invisibilizando la opresión de las lesbianas o excluyendo de sus formas de organización a otros individuos como las personas “trans”. Dicha visión esencialista tiene también que ver con la necesidad de cohesionar un sujeto político unitario con fuerza suficiente para contrarrestar la fuerte opresión predominante durante siglos.
Si bien esto es lo que se deduce de determinadas narrativas anglosajonas, en otros lugares no ha sucedido así, y hay que tener en cuenta que el feminismo ha sido y es un movimiento muy heterogéneo. De hecho, dos de las aportaciones feministas más importantes y tempranas que irrumpen en el contexto estadounidense en los años setenta serán la crítica de las mujeres negras y de las lesbianas al sujeto mujer, blanco, de clase media y heterosexual de algunas formas de feminismo.
En el Estado español, en un clima de luchas antifranquistas y por las libertades democráticas, cuando a duras penas habíamos salido de la dictadura y las libertades sexuales eran aún muy limitadas, nace el feminismo a mediados de los setenta, siendo las lesbianas una importante parte activa del movimiento prácticamente desde sus inicios. Y desde finales de los ochenta reconocemos la existencia de un movimiento travesti. Un activismo trans, pleno de divergencias, ligado al movimiento homosexual pero también a la defensa de los derechos de las trabajadoras del sexo, que a partir de mediados de los noventa entra a dialogar intensamente con el movimiento feminista en torno a temas como la naturalización de género, la prostitución y los derechos trans.
La influencia del pensamiento y el activismo queer ha contribuido al cuestionamiento del binarismo de género y de la dicotomía homo/hetero, a evidenciar la violencia de toda formación identitaria, tanto en el feminismo como en los movimientos de liberación sexual y de género. Pero sobre todo, durante la última década, ha permitido la articulación de discursos minoritarios, prácticas políticas, artísticas y culturales que estaban emergiendo en las comunidades feministas, okupas, lesbianas, anticapitalistas, maricas y transgénero. De esta forma, la crítica queer se ha asentado en nuestro contexto, y en su interacción con el feminismo, el lesbianismo, el movimiento marica y la lucha trans, ha favorecido la conexión de toda esta serie de formas organizativas y la creación de una alianza que cristaliza en lugares como la Red Internacional por la Despatologización de las Indentidades Trans, las Jornadas Feministas Estatales de Granada en 2009 o las Jornadas Transfeministas celebradas recientemente en Barcelona.
El concepto “transfeminista”, en proximidad a los postulados queer, está siendo reivindicado por algunos colectivos trans-bollo-marica-feministas surgidos en los últimos años. Un conjunto de microgrupos han reclamado esta palabra, casi una “palabrota”, que suena mejor en castellano que el término queer. Algo más tangible, más sencillo de hacer propio, que va cargado de potencia y de frescura y que parece contener una importante fuerza movilizadora.
Este “nuevo” vocablo materializa la necesidad política de hacerse cargo de la multiplicidad del sujeto feminista. Pero también es un término que quiere situar al feminismo como un conjunto de prácticas y teorías en movimiento que dan cuenta de una pluralidad de opresiones y situaciones. Se trata de una apuesta que transciende la ecuación transexualidad + feminismo = transfeminismo, mostrando así la complejidad de los nuevos retos del feminismo, de las luchas sexuales y de género y de la necesidad de una resistencia conjunta en torno al género y a la sexualidad.
En el presente momento de lucha por la despatologización trans, con el reto por construir discursos en torno a temas como precariedad y crisis económica, sexualidad, género, transexualidad, migración, antirracismo, despatologización, prostitución, derecho al propio cuerpo, aborto, antimilitarismo o no victimismo, UNIA arteypensamiento celebra este seminario-encuentro partiendo de la necesidad de consolidar y ampliar las potencias, procesos e impulsos de los movimientos feministas, teniendo en cuenta sus necesidades y sirviendo a su desarrollo teórico y operativo.
Materiales de trabajo.
- Selección de textos
- Colectivos Contexto Estado español
- Colectivos contexto América Latina
- Selección de vídeos de temática trans. Contexto América Latina
- Selección de vídeos de temática trans. Contexto Estado Español