FUENTE: DIARIO VASCO
Rosalind Franklin nació en Londres en 1920. Fue brillante en sus estudios, y despuntaba entre sus compañeras de colegio. A los seis años, una tía materna la definió como «alarmantemente inteligente», algo que quizás haya que interpretar más como un insulto que como un piropo. A los quince años tuvo claro qué era lo que quería hacer, y nunca se desvió del camino elegido. A pesar de la oposición de su padre, a los dieciocho años se presentó al examen de ingreso en física y química de la Universidad de Cambridge, y lo aprobó. Allí se graduó, en 1941. Fue en esa época cuando conoció al profesor William Lawrence Bragg, que obtuvo el premio Nobel en 1915, por demostrar que los rayos X permitían descubrir la estructura de los cristales. Así fue como tomó contacto con la cristalografía.
En 1942, Franklin aceptó un trabajo en la British Coal Utilization Research Association (BCURA) para estudiar el carbón, elemento fundamental durante la guerra; entre otras razones, porque el carbón vegetal se utilizaba como filtro en las máscaras de gas. Entre los años 1942 y 1946 su nombre apareció en cinco artículos científicos; además, durante ese periodo presentó su tesis doctoral.
En la primavera de 1946 escribió una carta medio en broma a su profesora de francés, Adrienne Weill, en la que le decía: «Si conoces a alguien que necesite desesperadamente los servicios de una físico-química que no sabe nada de físico-química, pero bastante sobre los agujeros del carbón, por favor, dímelo». Aquella carta tuvo importantes consecuencias, ya que entre los amigos de Adrienne se encontraba Marcel Mathieu, un científico distinguido que tenía un puesto directivo en el organismo francés que en aquel momento controlaba toda la investigación en Francia. Rosalind Franklin fue contratada como investigadora en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado en febrero de 1947. En París aprendió Rosalind Franklin las técnicas de difracción de los rayos X, la llamada cristalografía de rayos X. Se trataba de aplicar el método de la cristalografía a materias que no eran cristalinas. Este aprendizaje le sirvió en el futuro para enfrentarse a sustancias como el ADN (ácido desoxirribonucleico), la unidad básica de vida en la Tierra.
Las investigaciones de Rosalind Franklin llamaron la atención del director del laboratorio del King's College, John Randall, quien le animó a ocuparse de una unidad de investigación en Londres. En el departamento trabajaba un joven físico neozelandés, Maurice Wilkins, que no aceptó de buen grado a la nueva investigadora. Pero la antipatía fue mutua. La propia Rosalind reconocía que en lo único en lo que se ponían de acuerdo ella y Maurice era en no estar de acuerdo en nada. A pesar de ello, Franklin consiguió durante los años siguientes excelentes resultados en cuanto a los estados del ADN y dio pasos decisivos en su línea de investigación. Otro investigador, James Watson, que también trabajaba en el ADN, tras asistir a una conferencia de Franklin (corría el año 1951) se puso a imaginar la estructura del ADN, junto con Francis Crick. El primer intento de ambos acabó en un fracaso rotundo y se les prohibió seguir con sus estudios del ADN, pero, a pesar de ello, no los abandonaron. A principios de 1953, Wilkins mostró a Watson una de las fotografías cristalográficas de la molécula del ADN realizadas por Franklin. Cuando Watson vio la foto, supo cuál era la solución y los resultados fueron publicados en un artículo en Nature. Rosalind Franklin abandonó ese año las investigaciones sobre el ADN y dedicó el resto de su vida a investigar el virus del mosaico del tabaco, un virus que afecta a las plantas, pero especialmente al tabaco. La teoría de Rosalind Franklin sobre ese virus, en la que afirmaba que era hueco, no sólido, y que tenía un trenzado simple se comprobó tras su muerte.
Watson, Crick y Wilkins consiguieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, en 1962, por su trabajo en el descubrimiento de la estructura del ADN. Rosalind Franklin no estaba allí. Había fallecido de cáncer cuatro años antes. Posteriormente, James Watson publicó un libro, titulado La doble hélice, donde, según él, desvela los entresijos de lo que llama «la carrera por el descubrimiento de la estructura del ADN». En él vierte falsas afirmaciones sobre la investigación del ADN y sobre el papel de Rosalind Franklin en la misma, aparte de tratar con bastante desprecio a la investigadora, a la que describe como una persona gris, de personalidad rara y carácter difícil, que ponía todo tipo de impedimentos a la investigación.
Pero la historia real de la participación de Rosalind Franklin en el descubrimiento de la estructura del ADN no la conoceríamos si Anne Sayre no hubiera publicado Rosalind Franklin y el ADN, un ensayo en el que expone claramente que Rosalind era una mujer con una fuerte personalidad y una investigadora minuciosa. El ensayo de Anne Sayre demuestra que Rosalind Franklin sabía perfectamente lo que significaban las imágenes que había obtenido, y que sabía interpretarlas. Por ello, la frase «Rosalind era rotundamente antihelicoidal», que aparece en el libro de Watson, es totalmente falsa. Rosalind sabía lo que se traía entre manos.
Rosalind Franklin no recibió el Premio Nobel porque había fallecido, pero es improbable que se lo hubieran concedido, porque estos premios no pueden ser compartidos por más de tres premiados, y resulta difícil imaginar que alguno de sus colegas hubiera renunciado a tan alto galardón. Pero para Anne Sayre la mayor injusticia que se cometió con ella no fue que no le concedieran el Premio Nobel, sino la cantidad de mentiras que Watson vertió en el libro. Menos mal que la injusticia ha sido reparada, al menos en parte, con el excepcional trabajo de Sayre.