FUENTE
No hay muchas teorías que pongan énfasis en las relaciones humanas, en los sentimientos. Aunque algunos sitúan sus pilares en la filosofía anglosajona del XVIII, la sociedad del cuidado (care) reverdece en Estados Unidos en los años 60. Allí es donde más tarde, en 1982, la psicóloga Carol Gilligan, primera profesora de estudios de género de la Universidad de Harvard, ata dos cabos: el feminismo y la ética del cuidado, que contrapone a la ética de la justicia.
La filosofía general del
care vuelve ahora a la política europea, en pleno recorte del Estado del bienestar, de la mano de la líder de los socialistas franceses,
Martine Aubry. La sociedad propuesta en esta teoría del siglo pasado es una sociedad de personas responsables, conectadas entre sí, que combinan la preocupación por uno mismo con la preocupación por los otros.
Las mujeres y el papel social que desempeñan tienen mucho peso en la filosofía del cuidado. En sus estudios,
Gilligan constata: «Las mujeres privilegian los vínculos con los demás, las responsabilidades en el cuidado por encima del cumplimiento abstracto de los deberes». Pero la escritora y profesora cuestiona «la existencia de una ética para lo público (la justicia) y otra para lo privado (el cuidado)».
OTRA ACADÉMICA y activista de EEUU,
Joan Tronto, pone rostro (norteamericano) al análisis de la dimensión humana del cuidado: mujer, pobre y negra.
Tronto confirma que el
care y las personas que trabajan en él están desvalorizados, una realidad alejada del aliento que da a estas ideas el informe del nobel
Joseph Stiglitz sobre los nuevos indicadores de riqueza (2009).
Para la profesora
Tronto, la alternativa a las posturas que asimilan el cuidado a la mujer es situar a esta como una dimensión central a la vida humana. Una visión del mundo, que incluye desde el corte de género al corte ecologista.
En el océano actual de conflictos, en el que las relaciones personales, en la familia y en las amistades, nos sirven de boya parece necesaria la evolución de las posiciones individualistas, en el núcleo mismo de la crisis, hacia otras de confianza y cuidado mutuo. Si nos referimos al
care de las personas más vulnerables, en definitiva de todos en algún momento de nuestras vidas, esta evolución nos ofrece también la oportunidad de ajustar la categoría en su componente ético y económico.
En román paladino: sacar a la superficie al batallón de personas, por abrumadora mayoría mujeres, que trabajan gratis o en la economía sumergida en este cuidado, que debería ser compartido y valorado en le mercado laboral. Respecto a este último punto, un informe de la Fundación Alternativas asegura que el sector de servicios sociales ha sido el único que ha generado empleo en los últimos dos años.
Si la sociedad del
care nos proyecta un mundo más humano, con más vínculos, y más responsable, de valores femeninos, el cuidado
socializado en familia o entre amigos ni podrá y ni llegará a sustituir al cuidado social, venga de la mano de las administraciones o de las asociaciones privadas.
El ejemplo de nuestros mayores es muy claro. Y en el debate práctico e intelectual sobre cómo abordar su cuidado surge, por qué no, la polémica. Quién paga qué y por qué. La Fundación Alternativas asegura que, si el sector funciona como dice la ley -priorizando los servicios- y se construye una red de infraestructuras que responda a la demanda social, se generarán al menos 635.000 puestos de trabajo hasta el 2015.
PUESTOS DE trabajo contra la explotación de las mujeres (cuidadoras), locales, extranjeras, de la familia y extrañas. La apuesta por una sociedad del cuidado ayudaría a ajustar este creciente sector, a demandar a las administraciones un trato profesional y acorde a las necesidades, y a redimir a las mujeres. En palabras del director de la Fundación Jean-Jaurès,
Gilles Finchelstein, una idea «contra la locura de los egos».
Los servicios para ayudar a los más desvalidos aumentan. La Fundación Alternativas sostiene que el sector genera actividad, crea empleo y tiene un gran futuro si se disocia la atención sanitaria de la asistencia.