Aunque parezca superfluo no está de más recordar algo que a veces parece estar ausente de estas discusiones. A veces parece que por el hecho de no aplicarse la Ley contra la Violencia de Género un asesino de su pareja o expareja gay va a salir impune. El asesinato/homocidio es uno de los delitos con la pena más alta en cualquier Código Penal. Así que cualquier homicida de este tipo será juzgado como tal y condenado y pasará muchos años en la cárcel. Las penas que se aplican a estos delitos por lo general nos parecen suficientes o habría una discusión sobre el asunto, como la hay cuando se trata de menores o cuando concurren otras circunstancias. Así que lo que se pide aquí es aplicar el agravante que prevé la Ley en el caso de que el crimen sea de un hombre sobre una mujer con la que esté, o haya estado, relacionado sentimentalmente.
Aplicar esta ley no es posible porque en el caso de la violencia entre personas del mismo sexo, no hay diferente género. El género es una relación; el género es la relación específica que se da entre hombres y mujeres dentro de este sistema de desigualdad: es una relación histórica, social, simbólica, cultural etc. Esa desigualdad estructural no se da en las relaciones entre hombres o entre mujeres, aunque por supuesto todas las relaciones humanas, y más las sexoafectivas, incorporan o pueden incorporar, elementos individuales de poder o despoder; elementos que serán más o menos reprobables e incluso delictivos, pero que no configuran la sociedad entera ni sitúan a todos los gays y a todas las lesbianas en una determinada posición respecto a sus parejas, y relacionada con esta posición en una determinada posición social. Es decir, si un gay mantiene una relación de dominio respecto a su pareja, y esa relación acaba en un crimen o maltrato, esa relación particular no influye en las relaciones que mantengan todos los gays o todas las lesbianas.
Las leyes que castigan especialmente la violencia de los hombres sobre las mujeres, como la ley contra el feminicidio que se acaba de aprobar en México, castiga no sólo un crimen, sino que pretende ir a la raíz de un sistema que pone a los hombres (a todos) en una situación de poder sobre las mujeres, y contra un sistema cultural y simbólico fundado sobre la creencia de que las mujeres con las que los hombres mantienen relaciones sexuales y afectivas les pertenecen. Esto no es algo del pasado, las cifras de maltrato y asesinatos en el mundo rico lo demuestran. Si esa creencia no existiera, simplemente el número de asesinatos y la extensión del maltrato (palizas, humillaciones, torturas…) de hombres a mujeres sería el mismo, cuantitativa y cualitativamente, que el que inflingieran las mujeres a los hombres.
Los hombres matan y maltratan a las mujeres porque creen que están en su derecho de hacerlo y lo creen porque el sistema patriarcal les ha otorgado verdaderamente ese derecho. Ese derecho es aun una realidad tangible en una gran parte del mundo y hasta hace muy pocas décadas ese derecho era real también aquí mismo (recordemos que un hombre que mataba a una mujer infiel no era castigado de ninguna manera, era su derecho). Los hombres matan a las mujeres porque el valor de estas está relacionado con las relaciones que mantengan o no con los hombres, porque ellas son depositarias de valores que afectan a la masculinidad de los hombres o al honor de la tribu, de la familia, porque sus vidas tienen así un valor de intercambio simbólico, porque sus vidas valen menos o porque el valor de las mismas no tiene que ver con ellas mismas sino con factores culturales externos a ellas; en definitiva, porque las vidas de las mujeres no siempre son de ellas. Nada de esto se pone en funcionamiento cuando se trata de violencia en el seno de una pareja homosexual donde sólo cuenta lo individual, por malo que sea, pero no lo estructural que es precisamente, lo que la Ley contra la Violencia de Género intenta combatir.
Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)